ANATOMÍA DE UN SISTEMA OBSOLESCENTE (I): El ritmo y la maquinaria invisible
Un viaje al interior de la maquinaria invisible que organiza nuestras vidas: del ritmo agotador que aceptamos sin cuestionar, a las pasiones que alimentan un sistema que parece eterno. Una mirada crítica para detectar sus grietas y empezar a recuperar autonomía.

EL RITMO QUE NOS ATRAVIESA
Hay un ritmo vertiginoso en nuestro día a día que hemos incorporado hasta el desaliento, el estrés crónico, la confusión y la pérdida de sentido. Sentimos la fuerza que nos impulsa a levantarnos de la cama temprano y rápido, perseguir objetivos que ya hemos olvidado, comprar y producir sin pausa, evadirnos del ruido con más ruido, escapar de la insatisfacción con más consumo, y descansar solo para volver a correr tras el mismo ciclo.
En lo alto de las aspiraciones humanas hemos colocado: “acumular, envidiar, codiciar, poseer y dominar”.
Disfrutar mañana, descansar mañana, detenernos mañana, tener una vida satisfactoria y plena… mañana.
La inercia es tan imparable y potente que nos impide desconectar siquiera por un instante a reflexionar, observar o cuestionar adónde conduce este modo de vida excesivo, automatizado, agotador e incluso cruel con nosotrxs mismxs y nuestro entorno. Un día tras otro que se alarga por el resto de nuestras vidas, plagado de hábitos, reglas, roles y deseos que creemos propios pero que no escogimos. ¿O sí lo hicimos?
¿Cómo hemos llegado a aceptar una existencia en la que nuestro bienestar y propósito vital se miden por nuestra capacidad de producir y consumir? ¿Cómo valores esenciales para la vida colectiva —colaboración, generosidad, solidaridad, empatía, respeto— e incluso hábitos que cuidan nuestra biología y bienestar —nutrición, descanso, observación, placer, silencio— han sido devaluados hasta parecer debilidades u obstáculos para progresar?
Mientras tanto, se celebra la mezquindad, el egoísmo extremo, el acaparamiento patológico, el miedo, la competencia despiadada y el odio como motor a reacción del avance civilizatorio.
En este artículo reflexionaremos sobre los mecanismos estructurales del sistema, casi invisibles, que asumimos como propios sin darnos cuenta. Trataremos de localizar dónde nacen, cómo se reproducen, de qué se alimentan y cómo darles caza. Señalaremos las grietas: esos espacios donde la estructura se revela, donde es posible observarla, cuestionarla y abrir pequeñas rendijas de pensamiento crítico y sentimiento veraz para recuperar autonomía y reapropiarnos de la vida.
Vivimos atrapados en una rueda que confunde éxito con acumulación y posterga el bienestar para un mañana que nunca llega.
ADVERTENCIA DE USO
Un lenguaje ambiguo es la puerta de entrada a relatos sin fundamento, capaces de convencer sin que medie la reflexión. Así pues, antes de entrar en el cuerpo del artículo, necesitamos fijar el marco: ¿A qué nos referimos cuando hablamos de “sistema”?
Primeros descartes:
No nos conviene imaginar un sistema que se maneja desde la cumbre de la más alta de las montañas, donde unas élites diabólicas, sentadas en sendos tronos, se frotan las manos, acarician gatos –también perversos– y dictan su plan maléfico de colonización mental al valle de los ingenuos o los idiotas. Aunque la imagen sea tentadora, el engranaje es mucho más complejo.
Corramos, pues, lejos de esta mezcla de fantasía Disney y de relato bíblico donde podemos separar fácilmente lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, el vicio y la virtud, y quedarnos atrapadxs en el mundo de los dos bandos que tan conveniente le resulta a estas estructuras. Un pensamiento ingenuo es fácil de manipular. Aceptar esta simplificación exigiría un sacrificio intelectual y sensorial, y también de aquello que nuestra propia experiencia nos dicta; además, nos impediría avanzar críticamente hacia el núcleo del sistema, mucho más laberíntico y difuso, donde la participación y el consentimiento de la gran mayoría son un requisito indispensable, aunque sólo unos pocos se beneficien y la mayoría lo sufra cada vez más.
Si lo expuesto es cierto, ¿cómo es posible que consintamos, que nosotrxs mismxs seamos piezas que ensamblan este engranaje?
Aquí aludiremos a tendencias globales y generalizadas. Lo expresado no es cierto ni aplica en absolutamente todos los casos ni con la misma intensidad. No obstante, con facilidad todxs –especialmente quienes habitamos sociedades occidentales, donde estos patrones se presentan con mayor fuerza– podremos reconocer dinámicas que tienen un gran peso en el mundo actual. Si al leer consideras que a ti no te afecta, te invitamos a reflexionar un poco más.
No hablamos de villanos ocultos ni de fantasías de control absoluto: el sistema es más complejo, difuso y, sobre todo, participativo.
LA MAQUINARIA INVISIBLE
El sistema neoliberal súper-tecnificado no es un ente único ni consciente por sí mismo, sino una red compleja de relaciones con una gran capacidad de influencia y alcance. Es capaz de definir los marcos de la realidad que percibimos según su propio criterio e interés.
Hablamos de un conjunto interconectado de instituciones, normas, prácticas, valores y tecnologías que organizan la vida social, económica y política y, a la vez, nuestra identidad, relaciones y la manera en que comprendemos el mundo y a nosotrxs mismxs.
Esta maquinaria no surge de la noche a la mañana ni es un invento moderno: es histórica, fruto de decenas de siglos de tensiones, conflictos, constructos sociales y culturales, pasiones y acuerdos entre múltiples actores y grupos de interés.
En la actualidad incluye:
- Instituciones: Estados, empresas, medios de comunicación, escuelas, organizaciones financieras.
- Normas y reglas: legales, culturales, jerárquicas, religiosas, económicas y sociales que regulan comportamientos.
- Prácticas y rutinas: hábitos colectivos y patrones de consumo, relacionales, trabajo y comunicación (desde la jornada laboral de 8 horas hasta el scroll infinito de cada día).
- Valores y creencias dominantes: ideas sobre lo legítimo, justo, deseable o tabú que configuran nuestro sentido común.
- Tecnologías y plataformas: herramientas digitales y arquitecturas de conducta que moldean nuestra atención, información y decisiones (notificaciones constantes, algoritmos de recomendación, feeds interminables).
Estas capas conforman una estructura que se autoalimenta y se reproduce porque tienen intereses comunes: permanecer, crecer y expandirse.
“Todo lo que existe tiene la voluntad de seguir existiendo” – paráfrasis de Spinoza.
El sistema no es algo lejano: es la red invisible que organiza desde nuestros trabajos hasta el modo en que usamos el móvil.
PASIONES COMO COMBUSTIBLE
El sistema no sólo se sostiene con normas, instituciones o tecnología; también se nutre de las pasiones y emociones humanas más básicas: deseo de apropiación, miedo, avaricia, ambición y orgullo, entre otras. Su fuerza aumenta porque encuentra en nuestra biología, cognición y hábitos un terreno fértil.
A lo largo de la historia, esta cosecha de nuestras pasiones ha sido cuidadosamente depurada mediante observación, adoctrinamiento y control social. En la modernidad alcanza su máxima sofisticación a través de disciplinas desarrolladas o adaptadas para este fin: la psicología cognitiva, la neurociencia, la economía del comportamiento, la sociología del consumo. Y, sobre todo, los algoritmos, que anticipan y moldean nuestras rutinas, emociones y decisiones, mientras que la estadística, el big data y el aprendizaje automático convierten la repetición de hábitos en predicciones precisas.
Así, nuestra vida cotidiana se convierte en un flujo constante de energía para la estructura, garantizando que nuestra participación constante refuerce sus objetivos. El sistema se alimenta de nuestros miedos y deseos más básicos, refinados hasta convertirse en combustible para su permanencia.
CIERRE DE LA PRIMERA PARTE
Para seguir comprendiendo cómo opera, según los niveles de implicación, miraremos desde tres niveles de conciencia, acción y reproducción:
¿Quiénes saben y moldean?
¿Quiénes creen y se benefician?
¿Quiénes reproducen el sistema sin percibirlo?
Cada nivel activa emociones distintas, genera réditos diferentes para la estructura y determina la manera en que el sistema se expande y se perpetúa.
Allí comienza la verdadera anatomía: en reconocer qué papel jugamos cada unx en la cocina central del sistema. Porque solo sabiendo quién cocina, quién sirve y quién come, podemos empezar a dejar de alimentar el banquete de lo obsoleto.
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