ANATOMÍA DE UN SISTEMA OBSOLESCENTE (II): Conciencia, grietas y libertad
El sistema no solo se impone desde arriba: se cocina en tres niveles de conciencia que lo alimentan día a día. Desde quienes lo diseñan, hasta quienes lo reproducen sin verlo, todos participamos en el banquete. Pero también existen grietas donde la libertad real aún respira.

En el artículo anterior analizamos el ritmo vertiginoso y la maquinaria invisible que sostiene al sistema. Ahora damos un paso más profundo: explorar los distintos niveles de consciencia desde los que se alimenta, cómo se reproduce y, sobre todo, dónde se abren las grietas que permiten vislumbrar alternativas.
TRES NIVELES DE CONSCIENCIA FRENTE AL SISTEMA. La gran cocina central
1. Conciencia estratégica: quienes saben y moldean. Les Chefs
Aquí se encuentran quienes entienden la maquinaria en toda su complejidad y la usan para mantenerla, expandirla y maximizar su influencia. Lobbies, políticos de las altas esferas, diseñadores de algoritmos, actores financieros e incluso la inteligencia artificial aplicada forman parte de este nivel. Su acción es completamente funcional al engranaje: gestionar recursos, controlar flujos de información y moldear percepciones para crear acciones de gran influencia que empujan el mecanismo hacia adelante, con grandiosa determinación.
Pasiones activadas: poder, control, dominio sobre la materia social, acaparamiento masivo de capitales.
Beneficio para el sistema: refuerzo de estructuras, estabilidad de jerarquías, perpetuación de la lógica acumulativa.
Algunos ejemplos:
- Bancos centrales e instituciones financieras internacionales que orientan mercados y jerarquías más allá del control ciudadano para garantizar e incrementar sus beneficios y acumular más allá de cualquier límite social, ecológico o ético, sosteniendo un sistema donde la deuda se vuelve mecanismo de dominación y la especulación .
- Corporaciones que financian campañas de negacionismo climático para proteger sus propias industrias fósiles.
- Empresas farmacéuticas que también desarrollan productos fitosanitarios, y mientras envenenan suelos y alimentos, nos ofrecen remedios para la salud dañada por esos mismos venenos, alcanzando niveles de cinismo estructural que cierran un círculo obsceno, donde la enfermedad se convierte en un negocio altamente rentable.
- Algoritmos y plataformas digitales que capturan atención y moldean emociones y consumo.
- Inteligencia artificial que optimiza procesos para la expansión y explotación de recursos y personas.
Su trabajo es consciente, calculado y estratégico, incluso cuando se justifica con narrativas de progreso o bienestar general.
2. Conciencia limitada: quienes creen saber. Le Maitre y los camareros
Estos actores perciben sólo fragmentos del engranaje, condicionados por roles, normas y hábitos. Creen entender y controlar, pero su visión es parcial: periodistas, políticos, educadores, empresarios, académicos, funcionarios o ciudadanos críticos que confían en la meritocracia, o profesionales que aplican teorías económicas sin cuestionar los supuestos estructurales.
Pasiones activadas: seguridad, pertenencia, validación social.
Beneficio para el sistema: normalización de la lógica del capital, refuerzo inadvertido de jerarquías, reproducción cultural de valores dominantes.
Ejemplos:
- Periodistas que creen informar objetivamente, pero siguen lineamientos corporativos y defienden estos sesgos e intereses “ocultos”
- Académicos que promueven inclusión o movilidad social sin cuestionar la base económica que genera desigualdad.
- Funcionarios que aplican programas sociales diseñados por instituciones globales sin poder alterar la lógica subyacente que los impulsa.
- Movimientos sociales que buscan igualdad de oportunidades sin desafiar la lógica estructural del capital y colaboran en perpetuar los modelos injustos contra los que creen luchar.
Su percepción fragmentaria crea la ilusión de control: creen actuar con autonomía, pero sus decisiones refuerzan la maquinaria. No son necesariamente conscientes de lo que sus actividades promueven, ni requieren tener “malas intenciones”, incluso todo lo contrario – pasar desapercibido es un modo de injerencia altamente deseado por la estructura.
3. Inconsciencia funcional: quienes reproducen sin ver. Los clientes fidelizados
Pasiones activadas: comodidad, descargo de responsabilidad en la autoridad, aceptación social, reducción de incertidumbre, sensación de seguridad y de estabilidad.
Beneficio para el sistema: mantenimiento de jerarquías, crecimiento económico a costa de la fuerza de trabajo y atención, acumulación de poder y status sin necesidad de manipulación directa.
La gran mayoría de la población se mueve en este nivel. No es mera ignorancia: hábitos, emociones, consumo y rutinas se acoplan con naturalidad al sistema.
A esto se suma un factor crucial: la fatiga estructural que estudia Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. El neoliberalismo convierte al individuo en autoexplotador, esclavizado por la productividad y la autooptimización, generando agotamiento, desmoralización y erosión de la libertad, el tiempo y la creatividad. Desde la fatiga estructural, resulta casi imposible interpelar la lógica que nos atraviesa y sostener una resistencia colectiva.
Esta combinación de automatización, precarización y desgaste psicológico, físico y emocional se sostiene en tres mecanismos clave que mantienen la reproducción silenciosa del sistema.
Suficiencia del saber adquirido:
La convicción de ya saber lo suficiente, actúa como un dique más contra el cuestionamiento. La información se consume como si fuera conocimiento, pero en realidad se trata de fragmentos ya filtrados por los intereses que controlan su circulación. Así, la persona cree tener criterio propio, pero reproduce los sesgos de aquello que lee, escucha o ve, mientras se siente extenuado y confuso sintiendo que no puede alcanzar ninguna verdad. Este mecanismo evita la incomodidad de cuestionarse, porqué sentir que “uno ya entiende” tranquiliza y que, aunque no sepa, no hay modo de saber. La desigualdad, la injusticia judicial o la corrupción política se perciben como hechos normales o inevitables, “así funciona el mundo”. El TINA (“There Is No Alternative”) que acuñó Tatcher, se instala no solo como consigna política, sino como afecto: una aceptación resignada que inmoviliza.
Ilusión de emancipación:
Aquí opera el gaslighting social: El discurso del mérito, la autoayuda, la responsabilidad individual y la autoexplotación son formas de ocultar las estructuras que generan precariedad o injusticia. La sensación de estar decidiendo y emancipándose, cuando en realidad las opciones ya vienen prefijadas. Se nos repite que “si no logras algo es porque no te esfuerzas lo suficiente”, desviando la mirada del funcionamiento del sistema hacia la supuesta carencia personal o la culpa. Incluso cuando se obtienen pequeñas concesiones (subvenciones, descuentos, algún derecho reconocido), se presentan como regalos generosos del poder, reforzando la ilusión de que sí se puede cambiar dentro del mismo marco, pero sin transformarlo de un modo significativo.
Captura del deseo:
El sistema no solo administra cuerpos y tiempo de trabajo: también moldea el deseo. La promesa de realización personal se canaliza hacia el consumo, la pareja, la carrera laboral, el ocio planificado o al amplísimo mercado espiritual, siempre dispuesto a proveer la fe adecuada a la demanda del momento, ¿Consumir hasta alcanzar la iluminación?
La libertad se traduce en un catálogo de opciones preconfiguradas que mantienen girando la rueda de producción y consumo. Deseamos lo que el sistema necesita que deseemos, y lo hacemos convencidos de que es elección propia. Nuestros afectos, aspiraciones e incluso formas de amar – incluso en su forma erótica– quedan inscritos en esta lógica. De este modo, el sometimiento no se experimenta como opresión, sino como el ejercicio mismo de la libertad.
En este nivel, la estructura ya no necesita imponer: basta con su naturalización.
En medio de la fatiga, la rutina y los mecanismos invisibles que normalizan la estructura, la mayoría permanece atrapada y distanciada de la posibilidad de una conciencia crítica, pero, para que esta pueda emerger no basta con conocimiento intelectual: requiere un cuerpo descansado, equilibrio emocional y tiempo de reflexión protegido del desgaste constante.
Solo cuando estos elementos convergen puede atravesarse la niebla, reconocer la lógica subyacente y abrir la posibilidad de intervenir en lo cotidiano y, usualmente, rasgar la estructura misma.
Hell’s kitchen

Reparemos en una cualidad más del engranaje antes de cerrar este bloque. Imaginemos un restaurante donde cada eslabón retroalimenta al siguiente : El chef diseña el menú y decide qué servir, usando como materia prima sus intereses y el edonismo característico del lugar; el maitre y sus camareros presentan los platos, convencen de su calidad y persuaden al cliente de consumirlos en abundancia, prometiendo satisfacción y variedad; los clientes, a su vez, quedan fidelizados, disfrutando de una experiencia que satisface determinados deseos aunque esta comida no nutre.
Todas las partes se impulsan mutuamente en un círculo vicioso. Notemos que, sin clientes que coman, paguen y regresen, el ciclo se rompe: sin demanda y consumo de este menú la lógica del servicio queda interrumpida. Cada elemento mueve a los demás, y la circularidad del sistema asegura que la jerarquía y los mecanismos se perpetúen.
LAS GRIETAS
Existencia de fisuras
Aunque el sistema es circular y aparentemente autosostenido, no es absoluto. Existen puntos donde su lógica se debilita, donde su función se interrumpe y donde la posibilidad de revertir su imperio se hace posible.
El velo de la costumbre, la tradición o la inercia de lo conocido ocultan estas fisuras de lo inmediatamente visible, y como ya hemos reconocido hay variados mecanismos para el desaliento en esta búsqueda y comprensión. No aparecen como neones en el lineal del supermercado, no se mencionan en los noticieros ni copan titulares en portadas y solo pueden percibirse desde un lugar que el propio sistema oscurece. Abramos grietas y que la luz entre.
Superando la imposibilidad y el miedo
Si en alguna ocasión —o quizás en muchas— te has reconocido intuyendo —y también razonando— que algo fundamental falla en el relato continuado que se nos suministra, es que tu intuición, razón y tu cuerpo te están informando. Ese agotamiento, la falta de entusiasmo o de sentido, o el choque continuado con una realidad descarnada que parece condenada a un fracaso inevitable contigo dentro, no es un fallo en tu percepción ni un mecanismo roto; muy al contrario, son tus propios sistemas de alarma: avisos persistentes de que la explicación sobre tu entorno no encaja con lo que tu percepción dicta sobre la realidad y quién eres.
Estamos ante una ingeniería sistematizada capaz de producir una desconexión y desconfianza de tu propia experiencia y percepción, diseñada para cortar la confianza en ti misma y en aquello a lo que asistes con tus propios sentidos.
Si persistes en escuchar lo disonante que resulta esta dicotomía, aparece el miedo a cuestionar y a cambiar. Esa sensación de imposibilidad susurra: “esto es lo que hay, regresa al orden inevitable de las cosas”. Funciona como un guardián en la puerta, convenientemente nutrido y acomodado en ti. Pero no es un miedo natural; es una ficción cuidadosamente instalada por el propio sistema para frenar cualquier intento de atravesar sus límites. Así consigue que volvamos a lo habitual, aunque esté roto y remendado mil veces, y aunque nos mantenga sumergidos en una profunda contradicción o insatisfacción.
Este ciclo de intuición y renuncia —un coitus interruptus sistematizado— se repite porque hemos desechado nuestros sentidos reales, los únicos capaces de percibir la verdad natural tras el simulacro de vida ultra procesada que el sistema vocifera en nuestros oídos, como un eco de distorsión constante.
Y es normal que no puedas digerir este plato. Llevamos siglos alimentadxs por una cocina que solo se nutre a sí misma. Mientras el sistema se autoalimenta con todo lo viviente, nos ofrece las migajas con interfaz de banquete. Y cuando nuestro paladar nos advierte, negamos la falta de sustancia, y la fantasía de banquete prevalece.
La naturalización del sistema genera confusión, resignación y sensación de inevitabilidad. Por eso, reconocer el cansancio, la desazón o la falta de sentido no es un fracaso, sino una llave: tu incomodidad es brújula. Superar la barrera psicológica de creer que “no hay alternativa” es el primer acto íntimo de resistencia. Nombrar el miedo como fabricación externa permite que deje de operar en silencio. Solo así, los mecanismos de automatización, captura del deseo y autoexplotación emocional empiezan a resquebrajarse.
El sistema no es un muro, es una cortina: basta atravesarla para descubrir que la imposibilidad era simplemente mentira.
Un sistema inscrito en el mundo
El sistema no opera en un universo vacío; está inmerso en un entorno insuperable y mayor que él: El mundo y lo existente en toda su dimensión.
Esa totalidad lo contiene y lo circunscribe, de modo que, aún con su deseo intrínseco de coparlo todo, tropieza con un Todo imposible de abarcar. Finalmente, hemos alcanzado el límite que no puede franquear y el lugar donde todo lo posible puede darse.
Su puesta en escena —esa escenografía de existencia en la que nos ha sumergido— queda ridiculizada por la presencia incuestionable de la vida misma. El sistema se proclama autónomo, pero carece de verdadera autosuficiencia: necesita extraer constantemente sus recursos de lo que no ha creado. Absorbe minerales, vida salvaje, agua, aire, energía solar y fósil; transforma cuerpos, tiempo y atención humana en fuerza de trabajo; convierte deseos, información y creatividad en combustible. Cada uno de sus engranajes se mueve gracias a aquello que se halla fuera de sí mismo.
Así, el sistema que se ofrece ilimitado está en realidad sometido a las leyes de lo real y de la naturaleza. Puede estirar sus márgenes, multiplicar artificios, sofisticar su maquinaria, pero jamás escapar a la gravedad que lo sostiene. No puede generar vida, solo consumirla. No puede sustraerse a la naturaleza, solo degradarla en su intento de dominación total. Y al hacerlo, muestra que su fundamento no es la infinitud que promete, sino una dependencia radical de lo que niega.
El límite, entonces, no es un accidente ni una amenaza exterior, sino la evidencia de su propia condición: un constructo finito que existe a expensas de lo que pretende superar. Allí donde el sistema se descubre incapaz de abarcarlo todo, surge la posibilidad de reconocer lo que nunca le ha pertenecido: la vida misma, imposible de someter y reducir.
Facetas humanas como umbrales de libertad real.
Igual que la vida misma —y todas sus ilimitadas formas de expresión— es incontrolable, también existen dimensiones de lo humano que el capital no logra asimilar, aunque intente constantemente domesticarlas: la confianza, la cooperación, el cuidado, la curiosidad, el amor, la empatía o la creatividad. Son fuerzas que no responden a la lógica del cálculo ni de la acumulación y, al desplegarse en la vida cotidiana, hacen tambalear el orden que pretende reducirlo todo a explotación y beneficio.
No hablamos de grietas menores, sino de potencias capaces de desbordar lo establecido:
La confianza crea vínculos, y la cooperación permite organizar comunidades y redes de apoyo sin jerarquías ni mercado —recordemos la
espontánea organización de barrios y vecindades ante situaciones de necesidad extrema e imprevista, como la quiebra financiera de Argentina en 2001, donde el trueque y los bancos de tiempo sustituyeron a un sistema incapaz de dar sostén a sus ciudadanos, evidenciando la fragilidad y futilidad de su estructura. Así también encontramos muchos otros ejemplos en huertos colectivos, bancos de semillas, proyectos de agricultura regenerativa, economía circular, redes de soberanía alimentaria o de apoyo y cuidado mutuo, expresiones artísticas que conectan el misterio y lo humano, entre muchísimos otros ejemplos y los que queden por realizar.
En esos espacios donde el ingenio y los recursos humanos se canalizan hacia la confianza mutua y la colaboración, más allá del dinero o la rentabilidad, comprobamos la validez de estos cauces.
La curiosidad abre caminos inexplorados que ninguna utilidad inmediata puede justificar. La creatividad y la imaginación, cuando no están sujetas a la rentabilidad, crean mundos nuevos y espacios reales de experimentación íntima o colectiva, donde la vida se abre paso sobre sus propios criterios orgánicos y naturales. El amor y la empatía fundan relaciones
que no se pueden medir ni capitalizar, visibles en redes de cuidados familiares, vecinales y ecosistémicos.
Estas cualidades encarnadas —cuando se transforman de experiencias privadas en prácticas compartidas— generan un poder disruptivo real. No basta con comprender intelectualmente cómo funciona el sistema; lo decisivo es cómo nos vinculamos con otros y con nosotras mismas, cómo habitamos el cuerpo, cómo nos dejamos afectar por la vida sin planes de contingencia, dándonos permiso a vivir como si la vida ya fuese la casa que nos acoge y nutre. En ese terreno, el capital no tiene control, ni siquiera tiene existencia.
Cada acto de generosidad, cada elección de escuchar y cuidar con verdadero afecto a tu cuerpo; cada gesto de amor por lo real y cada decisión de compartir lo íntimo en lugar de acaparar, abren brechas en la estructura artificiosa que se cree inmutable. Cuando estos gestos se replican, dejan de ser aislados y generan un poder disruptivo real. Cada acción que contradice la lógica de acumulación y simulación añade luz y aire a los espacios que el sistema nunca podrá ocupar, empujando sus límites hacia el rincón oscuro de su propia falacia.
Son herramientas prácticas de libertad que pueden ejercerse ya. Detente un instante y respira profundamente: ese mismo aire que hincha tus pulmones y te da vida es un vínculo real y cierto.
Podemos pensar estas fuerzas como lazos que nos unen al mundo vivo aunque la maquinaria de lo virtual nos impida habitarlo. Y a cada vínculo establecido con la vida es un remache que salta en el mecanismo.
Cada acto de cooperación que reemplaza a la competencia, cada gesto de empatía que desplaza la indiferencia mercantil, cada impulso creativo que elige inventar en lugar de reproducir, golpea directamente la construcción que el sistema pretende inmutable. Lo que hoy parece sólido se resquebraja bajo el peso de lo humano que se reconoce vida y no engranaje.
El sistema se muestra entonces no como un destino inevitable, sino como una construcción frágil sostenida por nuestra obediencia. Ahí radica nuestra oportunidad: en la acción consciente, en la práctica encarnada de la libertad. A medida que creamos y experimentamos fuera de la lógica que nos desea prisionerxs, la brecha se amplía y la luz y el aire llenan los espacios que nos pertenecen y los que pertenecemos. Lo pequeño se vuelve grande cuando estas prácticas se replican, cuando resuenan en nuestras relaciones y se colectivizan. El margen de libertad no es un concepto abstracto: está en las manos, los cuerpos, el ingenio creativo y los afectos que revelan mundos que el capital no puede medir ni dominar. Allí, justo allí, comienza a escribirse la verdadera liberación: una resistencia que se vuelve fluidez, y una simulación que se vuelve vida.
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