
El email y la soberanía de tu atención
Las redes sociales te prestan una plaza pública… a cambio de decidir qué oyes, cuándo lo oyes y durante cuánto tiempo te quedas. El email, en cambio, es una puerta que tú abres. Esa diferencia —quién tiene la llave— define tu soberanía en internet.
El feed es un río ajeno: baja con el caudal y la temperatura que marcan otros. Algoritmos que optimizan permanencia, no comprensión; reacción, no criterio. El correo es lo contrario: comunicación por consentimiento (tú te apuntas), asíncrona (la lees cuando quieres) y ordenable (archivas, etiquetas, buscas). No compite por tu pulso; se adapta a tu ritmo.
El email es un protocolo abierto (no pertenece a una empresa). Puedes usar distintos proveedores, cambiar de herramienta, exportar tus mensajes. Esa portabilidad protege tu identidad y tu relación con quien te escribe: no dependes de que una plataforma cambie las reglas del juego, cierre el alcance o silencie una conversación por “políticas” opacas. La conversación existe fuera del muro.
En redes, tu atención es un activo negociable. En el correo, tu atención es un acuerdo: si escribo, te respeto; si lees, eliges. Esa simpleza devuelve agencia: abres cuando quieres, respondes si tiene sentido, guardas lo valioso. No hay “intermediario” que inserte fricción, ruido o urgencia artificial entre emisor y receptor.
Además, el email favorece otro tipo de pensamiento: más lento y trazable. Un hilo de correos crea memoria, no solo impacto. Permite matizar, contrastar, volver sobre una idea sin perderla en el remolino del día. Y al que escribe le obliga a otra ética: si te pido entrar en tu bandeja, debo aportar algo digno de tu tiempo.
¿Es perfecto? No. Existen filtros, proveedoras grandes con poder de decisión técnica, spam y métricas tentadoras. Por eso conviene sostener buenas prácticas: doble opt-in, claridad en el propósito, facilidad para darse de baja, el mínimo de rastreo necesario, textos que puedan leerse sin imágenes ni scripts. Si el correo aspira a proteger tu soberanía, debe empezar por no violarla.
Por todo esto, elegimos el email como canal principal. Sin algoritmos de por medio, sin subastas por tu atención. Una carta breve, una idea clara, un lugar común que no depende del humor de un feed. Si queremos recuperar la capacidad de pensar juntos, primero hay que recuperar el derecho a elegir cómo, cuándo y con quién pensamos. El email es una herramienta sencilla para hacerlo posible.