Snowpiercer (2013): el tren que nunca se detiene
Snowpiercer no es solo ciencia ficción. Es una parábola sobre nuestras sociedades: jerarquías rígidas, obediencia disfrazada de libertad y grietas que revelan la fragilidad del sistema. Una distopía que sigue siendo espejo del presente.

Snowpiercer, dirigida por Bong Joon-ho en 2013, no es solo una distopía sobre la supervivencia tras una catástrofe climática. Es una parábola feroz sobre el sistema que habitamos, ese mismo que en el artículo Anatomía de un sistema obsolescente describimos como engranaje invisible, circular, voraz y sostenido por nuestra propia participación.

Un estreno en plena crisis global
La película llegó a las pantallas en un momento de incertidumbre. Años después de la crisis financiera de 2008, el mundo todavía lidiaba con el desempleo masivo, el descrédito hacia las élites económicas y una sensación de que el sistema capitalista ya no garantizaba estabilidad. Paralelamente, la conciencia sobre el cambio climático crecía, pero los gobiernos seguían paralizados entre intereses corporativos y promesas incumplidas.
En ese clima, Snowpiercer se sintió menos como ciencia ficción y más como metáfora inmediata: un tren que avanza sin detenerse, dividido en vagones que reproducen jerarquías de clase, riqueza y poder, sostenido por un relato de “inevitabilidad”.
El director que incomoda al poder
Bong Joon-ho ya había demostrado ser un cineasta incómodo para los poderes establecidos. Antes de Snowpiercer, firmó películas como Memories of Murder (2003), una radiografía oscura de la sociedad surcoreana, y The Host (2006), que utilizaba un monstruo mutante para criticar la contaminación ambiental y la complicidad gubernamental.
Más tarde, con Parasite (2019), se convirtió en el primer director surcoreano en ganar la Palma de Oro en Cannes y cuatro premios Óscar, incluyendo Mejor Película. Su sello es claro: usa géneros populares —thriller, ciencia ficción, terror, comedia— como caballo de Troya para revelar desigualdad, hipocresía social y las tensiones invisibles del capitalismo global.

El tren como metáfora del sistema
En Snowpiercer, la humanidad sobrevive en un tren que da vueltas infinitas alrededor del planeta congelado. Cada vagón es una clase social. Atrás, hacinamiento, miseria, violencia y cansancio. Delante, lujo, despilfarro y banalidad. Todo gira, todo circula, nada se detiene.
¿Te suena? Es la misma lógica que nos atraviesa en la vida real: producción y consumo sin pausa, autoexplotación disfrazada de libertad, promesas de bienestar pospuestas siempre para mañana.
Engranajes, roles y obediencia
El film nos obliga a preguntarnos lo mismo que plantea Anatomía de un sistema obsolescente: ¿por qué aceptamos este reparto del mundo como inevitable? ¿Por qué obedecemos reglas que nos condenan a repetir rutinas sin sentido? En el tren, como en nuestras sociedades, cada persona ocupa un lugar asignado. La maquinaria se sostiene no solo con represión, sino con consentimiento, ilusión de orden y miedo al caos.
Grietas en la estructura
Pero, como recuerda el artículo, todo sistema tiene grietas. En la película, esas grietas aparecen en forma de rebelión, de preguntas incómodas, de cuerpos que deciden que vivir con dignidad vale más que sobrevivir en la obediencia. El tren parece indestructible, pero basta un acto de resistencia para descubrir que no lo es. Lo mismo ocurre fuera de la pantalla: el sistema se alimenta de nuestra obediencia, pero no puede abarcarlo todo. Lo humano, lo creativo, lo solidario, lo cooperativo, siempre se escapa.

Por qué verla hoy
A más de diez años de su estreno, Snowpiercer sigue siendo un espejo incómodo. Porque no habla solo de un futuro improbable, sino del presente en el que corremos agotados tras un ritmo que no hemos escogido. Nos confronta con la pregunta esencial:
¿seguiremos viajando sin fin en un tren que no se detiene, o encontraremos las grietas para bajarnos y reconectar con lo que es verdaderamente humano?
Donde verla:
- Prime video
- Filmin
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